miércoles, 17 de agosto de 2011

Bindhi

Ahora que ya no estoy tan solo, me tranquiliza ver que hay más gente que, como yo, ve las cosas de la misma manera. Hubo un momento al poco de llegar, en el proceso de aclimatamiento inicial, en que llegué a pensar que todo esto no estaba pasando de verdad... pero sí. La realidad, a veces, supera a la ficción.

La sociedad en la que vivo se basa en una heredada espiritualidad que a veces pienso pertenece quizá a un entorno más romántico y que sus leyendas históricas acerca de dioses, semidioses y la relación con los mortales siguen latentes aquí, pero "viviendo de las rentas".

Me agrada adentrarme en lo desconocido, en la aventura de entrar a un templo y no saber qué va a pasar, ni lo que tengo que hacer, ni lo que debo sentir ni cómo reaccionar... y me termina atrapando. Muy adentro me siento cómodo, con una sensación de tranquilidad que intento acentuar, un sentimiento que me dice: "hey, estás vivo... estás aquí y ahora, improvisando... todo va bien... disfruta del momento... deslízate".

He de reconocer que con mi primer bindhi me sentí al principio un poco avergonzado, pensando que la gente, al verme, se reiría de mí. Y en el fondo de la cuestión eso es absolutamente lo más irrelevante, ya que afortunadamente sólo soy uno más en el segundo país más poblado del planeta y a fin de cuentas, sólo le importo a mi gente... dondequiera que estén... dondequiera que yo esté.

Se supone que el bindhi simboliza el "tercer ojo", la visión más allá de lo físico y lo terrenal; el ojo que observa lo que no se ve. Corresponde al sexto chakra, el ajna (donde reside el alma), que canaliza las energías y la concentración... tanto la claridad como la inspiración se hayan bajo su influjo.

Tras un rato, y gracias al sudor, el bindhi (bindi o bindu) se va derritiendo, mezclándose entre las líneas de expresión de mi faz, y asimismo, ese sentimiento de "no-me-mires" se desvanece tan rápido como el bindhi llegó allí... y con una sonrisa en la cara y mi mejor expresión de respeto mis manos juntas se elevan sobre mi ajna para saludar a un dios hindú que tengo delante.

Suenan campanillas y huele a incienso mientras repito un mantra que el sacerdote reza ante el grupo, esperando la respuesta del mismo, como un salmo responsorial.

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