Siempre
me he acordado de profesores que me han encantado toda la vida y de los que
siempre me voy a acordar. Doña Conchita, podría decir, es mi favorita. Era un
amor de mujer y nos trataba con mucho cariño, allá en parvulitos. Todo lo que
pueda escribir de ella es poco… aún dentro del cole, ya fuera del cole, siendo
un poco más mayor e incluso un poco más tarde, siempre he buscado un poco de
tiempo para volver a la misma clase, ver a los enanos y buscarla, y las últimas
veces que fui ya no estaba pero su ser aún inundaba el aula de recuerdos
minúsculos, de muy tierna edad, pero de ese tipo de impresiones que guardas con
mucho cariño dentro de tí; tú, querido lector, sé que me entiendes.
Don
Luis siempre me ha parecido un crack, que aguantaba con mucha paciencia y
resignación las locuras de un pitufo de 7 años hiperactivo dentro de una clase
con muchos más niños. Siempre ha sabido, con mucho humor, hacer a entender a un
niño cosas normales de la vida y aguantar estoicamente que un mocoso
impertinente le saliera por peteneras, o por bulerías, vete a saber. Y si yo contara...
Luego
nunca podré olvidar, por supuesto, a Don Francisco, “el Pistolas”, profe de
inglés en 5º de EGB… nunca fue nuestra intención, pero entre dos más y yo
conseguimos, tras incisos y dolorosos comentarios, echarle de clase llorando, y
no es que me sienta muy orgulloso de eso, pero realmente, fue una ocasión muy
bizarra y a la vez, entre divertida y penosa… le recuerdo con cariño, pues hay
que reconocerle que hizo lo que pudo el hombre. Relata la leyenda que su hijo, jugando a los dardos en casa, le clavó uno y por eso tuvo que estar una temporada con un parche a lo Nick Furia, pero seguro que sería por otra razón... pero debo admitir que la historia nos parecía más graciosa antaño.
Don
Juan (el Juanico) fue uno de los profesores más divertidos que he tenido, y
gracias a su sentido del humor tomé un gran interés por la literatura, sobre
todo por la del Siglo de Oro. Sus clases eran bastante amenas hasta que alguno
le tocaba la moral y se ponía de mala lecha, pero todavía recuerdo cuando
leíamos a Larra, a Espronceda (me sigo acordando de la Canción del Pirata u Oda
al mar) o a Quevedo y lo mucho que me gustaba.
Don
Gabino, “el Bacterio”, siempre fue un hito en mi Educación General Básica.
Militar, paracaidista y profe de Educación Física… mucho ojito. Gran barba (de
ahí su mote, pero realmente casi parecía un legionario) y talante marcial. Lo
nuestro fue cuestión de disciplina, y yo por aquel entonces carecía de ella. Él
siempre supo que yo podía, pero yo por entonces no me gustaban de los riesgos
de las vallas o la cuerda, mientras que me tiraba el verano haciendo locuras
por estructuras de edificios en construcción, descalzo y sin nada mejor que
hacer. Es normal, sobre todo siendo joven, y le debo agradecer todo el esfuerzo
que me ha hecho sacar de adentro y por qué no decirlo así… a echarle un par de
cojones para hacer frente a muchas situaciones que no hacen que uno no siempre
toma a gusto… me cabreó en su momento, pero en el fondo me alegro de que sólo
me quedara gimnasia para septiembre de 8º de EGB. Me miró, le miré y me
preguntó que si iba a aprobar… le dije que claro que sí, y él me dijo que
quería verlo. Y lo vio. Y todavía me acuerdo de ese puñetazo que me dio en el
hombro mientras me decía que era un cabrón. Al igual que con Doña Conchita
(siempre la llamaré así), siempre he ido a verle y a darle un abrazo cuando he
tenido la más mínima ocasión. Lamentablemente, hace ya muchos años que no puedo
pasar por Maristas La Fuensanta.
De
mi época de B.U.P. en Maristas La Merced, pocos recuerdos buenos tengo, excepto
el grupo de música que formamos en el local de ensayo que allí había y que
constaba de una vieja batería y un amplificador de bajo (y tuve suerte en el
sorteo de los instrumentos, al tocarme la batería, pues sólo tuve que conseguir
un par de baquetas), entre otras pocas cosas más… como por ejemplo Don Blas, mi
profesor de literatura, con el que tenía una gran relación: me echaba de clase,
yo me iba encantado y luego nos tomábamos unas cañas por ahí. Aún tengo una
dedicatoria en una foto de clase: “de mayor quiero ser como tú”.
También
me acuerdo mucho de Doña Juana, que intentaba enseñarnos latín y religión, y a
la que tenía mucho cariño y de vez en cuando, en el recreo, me invitaba a una
bolsa de obleas (que me encantaban). Por el otro lado, nunca había estado en
clase con chicas antes (como ninguno de mis compañeros), y fue una experiencia
bastante curiosa, a esa edad en que las hormonas empiezan a hacer “chup-chup”,
como los guisos. Y por supuesto, lo que más agradezco de ese colegio fue el
haber conocido a la gente con la que viviría una de las más maravillosas
aventuras de mi vida, que fue el grupo que formamos Dani, Willy, Josué, David
Pinteño, Antonio, Armando y yo: Juanma y su Nardo (que era una fusión de los
grupos Ned Lud y los Ñampazampa), y hacíamos versiones de Sepultura, Sex
Pistols, Gorefest, etc. El concierto que dimos en la antigua sala Classic fue poco
más que mítico, y aún estoy esperando a ver si Josué desempolva el viejo VHS y
lo pasa a DVD o lo cuelga en Youtube.
Pero
por lo poco que estuve en Maristas La Merced, podría decir que mi B.U.P. lo
estudié en el San José de Espinardo, otrora conocido como hogar de internos
descarriados en busca de redención académica. Puedo afirmar bien orgulloso que
me divertí de lo lindo y aprendí muchísimo, tanto de los profesores, de las
asignaturas y de la vida. Me acuerdo de todos y cada uno de mis profesores,
pero especialmente de Don Fidel por ejemplo, que cuando gritaba “NENICO!” a
alguien, morían 100 hadas. O Don Salvador, que fue un excelente profesor de
física y química y que, antes de cada clase, contaba chistes para que nos
relajáramos y posteriormente prestáramos más atención a la clase.
Del
San José siempre agradeceré haber conocido al grandísimo Chosy (Eduardo Cos),
compañero inseparable forever and ever, así como al resto de la C Crew (Mario
Carreres y Félix Caballero)… pasábamos grandísimos ratos jugando al baloncesto,
y recuerdo muy gratamente el campeonato en el que nos quedamos segundos (éramos
dos equipos) contra el equipo de “los gemelos”, que por aquél entonces
militaban en las filas del CB Murcia Juveniles, y mi vecino-hermano Lorenzo
(mas el resto del equipo, claro). Y por supuesto, a Borja, con quien formé (junto a muchos buenos más) la CFH, haciendo el Hip Hop más underground grabando beses rítmicas de pletina a pletina con el "rec-stop". Aun a día de hoy, sigo gozando de una más que excelente amistad con Chosy y Mario, y su grupo de amigos de entonces ha
terminado siendo el mío casi 18 años después (Rubén, Lalo, Fernando, Piwi,
Joaquín, Fernando, Estéban, Chei y las posteriores incorporaciones de Dudi,
Jaime, Rubén Torrices, entre otros)… “la familia”.
Por
supuesto, Doña Eugenia (“la hachazos”), Don José Antonio (de inglés), Doña Mª
Dolores (la de mates, que siempre pronunciaba “vinticinco”, mirando fijamente
al techo), la loca de Religión, el Sr Tiburcio (excelente dibujante y bohemio,
así como marido/exmarido de la loca)… y un largo etcétera, como Don Mario, un
seminarista muy inocente que vino a hacer una sustitución y que, con mi “colaboración”,
acabó “mediopallá” y lo dejó todo para irse a vivir a una comuna hippie. La
leyenda relata que la última noche antes de irse, los internos se lo llevaron
al “terrao”, lo emborracharon y le hicieron fumar porros, y os aseguro que me
hubiera gustado ver ese momento.
El
año en USA tuve también muchos y buenos profesores, pero por miedo a cometer
alguna falta de ortografía no me atrevo a mencionarlos, pero me enseñaron
mucho, con paciencia y tesón. Sobre todo, me queda un grato recuerdo de la
Fenster School a las afueras de Tucson (Arizona) y de prácticamente todo el
personal, como el Director Dan Saffer o los señores Baker (ella, a cargo de la
Biblioteca).
Luego,
en la Universidad también tuve suerte de tener grandísimos profesionales dando
clase, y algun@s de ellos grandes profesores, como Juana, Mª Dolores, Pedro,
Lola, Ofelia… pero sobre todo hay un hombre que realmente me marcó: Miguel
Ángel Sanz, profesor de Identidad Corporativa. Me acuerdo como si fuera hoy:
parecía mayor, peinado como Andy Warhol y con gafas tintadas. Muy serio, el
primer día de clase, dijo: “mi nombre es Miguel Ángel, pero podéis llamarme Lulú”…
sencillamente brillante. Le he profesado siempre un gran respeto y cada vez que
he pasado por la facultad tras graduarme y le he visto, hemos charlado muy
animadamente y le he reiterado mi agradecimiento por haberme hecho interesarme
tanto en este campo en el que, desde hace unos 12 años, trabajo y que me
apasiona desde entonces.
Con
todo este rollo retrospectivo quería recordar mi época de estudiante y, ahora
que soy profesor, entiendo muchas cosas y reconozco abiertamente en este post
el esfuerzo que todos (en mayor o menor medida) emplearon para no sólo mi
educación, sino en la de todos mis compañeros de clase. Ser profesor no sólo
requiere vocación, sino paciencia y dedicación… y de ello puedo dar testimonio
ahora que estoy en Hyderabad, India, enseñando Diseño Multimedia y Comunicación
Visual.
En
gran parte el conocimiento que estoy impartiendo viene de lo ya aprendido o de
mi experiencia laboral y sus vicisitudes, pero por el otro lado la preparación
de las clases es fundamental, y más cuando las clases son en inglés. Me resulta
muy gratificante volver a refrescar conceptos que tenía borrosos, que les
faltaba precisión o que simplemente necesitaba afinar… y a ello añadiendo mi
propia cosecha, como en la clase de Diseño y Cultura el énfasis que hago en la
cultura Hip Hop, esencial en mi vida. Intento también que mis alumnos se ilusionen
y que saquen lo mejor de ellos, que me sorprendan e incluso me escandalicen:
intento darles la mayor libertad creativa y la total seguridad de preguntarme
absolutamente cualquier duda, tanto personal como profesional. Hago todo lo
posible para que sepan cómo es el mundo ahí fuera, el mundo del trabajo, la
realidad… y no la comodidad y la seguridad de sus casas y sus familias, y lo
importante y gratificante que es labrarse uno su propio futuro, con la
satisfacción que ello otorga. Procuro darles consejos prácticos para tratar
correctamente a los clientes y bregar con los proveedores, haciendo el mejor
trabajo posible; a ser autocrítico y exigirse más, aun cuando uno considera que
el trabajo está terminado. Quiero que se sientan orgullosos y que, con mis
consejos, clases y conocimientos, sean mejores personas y vean la vida con otros
ojos: los ojos del que sabe que puede crear libremente y tiene todo el poder
para hacerlo, desde la juventud y la frescura incorrupta pero claro… aquí es
difícil.
India
es, para muchas cosas, muy conservadora a la hora de pensar y creer que el
trabajo intelectual es tan válido y respetado como el de un médico o un técnico
informático, y sobre todo en una ciudad como Hyderabad, donde un 40-45% de
población musulmana otorga un talante más conservador a la misma y a sus
habitantes… con excepciones, por supuesto. Afortunadamente, y gracias al
diseño, esta ciudad crece y se nota viva cada día. La gente cambia con la
ciudad y se respira un aire de que las cosas parece que ya se empiezan a hacer
mejor y que poco a poco todo terminará funcionando.
Desde
India sigo acordándome de todos los años de estudiante y el buen sabor de boca
que tengo de todos ellos… y gracias a ellos he decidido cambar de profesión y
sentir lo que ellos sintieron cuando tuve la suerte de tenerlos como mis
profesores: el tesón, la paciencia, el interés, la dedicación y la pasión por
la enseñanza. A todos ellos les dedico estas líneas, a mis queridos maestros... gracias!